Lun. Abr 29th, 2024

Lectura del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha en la Casa de Cultura José Candela Lledó de Crevillent organizado por la Tertulia El Cresol.

Este año, es el primero que les he podido acompañar y en las últimas horas de la tarde de este viernes, 21 de abril, he leído un pequeño fragmento que tomé al azar.

Me comentaba mi amiga María Teresa, una de las «culpables» de festejar el evento, que desde el año 2000 ininterrumpidamente se ha celebrado este pequeño homenaje a la obra de Cervantes, inclusive en el tiempo de la pandemia, sintiéndose unidos así a las cientos de entidades culturales que hacen lo mismo y muestran su cariño y respeto a la obra de nuestro más universal escritor. Y por otro lado, continuadoras de esa primera iniciativa de El Cresol. Un acto al que invitan a participar libremente a quien quiera leer un fragmento del Quijote. De hecho, me comentaba también que el primer capitulo de la novela, lo tienen traducido a muchos idiomas para que no sea un impedimento ni una barrera.

Y aquí me ves, subido a la tarima. ¡Y leyendo! Y todo el que me conoce sabe que soy poco de estos temas, todo lo contrario que mi hijo, que nada como pez en el agua y se muestra natural.

 

 

Y el azar me llevó al CAPÍTULO XVI

De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él se imaginaba ser castillo.

Tenía el ventero por mujer a una no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y, así, acudió luego a curar a don Quijote y hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase a curar a su huésped. Servía en la venta asimesmo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón que en otros tiempos daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años; en la cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote, y, aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que solo contenía cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento en la dureza semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.

Para mí ha sido una forma de poner un granito de arena y participar en la lectura-homenaje de una maravillosa obra universal.

Hace años, muchos años, recuerdo que lo leí. Y tengo que decir que mi primera impresión al enfrentarlo fue la de asombro porque esperaba quizás, por el contexto del libro, por estar escrito en castellano antiguo y la lectura se hace menos ágil, una obra menos sugerente y divertida. Sin embargo, todo lo contrario, me hizo sonreír en buena parte de los capítulos y lo disfruté.

 

Nada mas por hoy. Celebremos el San Jordi comprando un libro.

J. Carreres.